Homecoming

I write about these little things that mean so much to me
I feel like such a selfish prick at times like this
I guess that I can be
What can I say, I’m sorry?

Hace dos o tres años de la muerte de Tony Sly. Nunca fue uno de mis músicos favoritos, y le di muchas oportunidades a No Use For a Name para gustarme. Pero por alguna razón hoy llegué a un par de artículos sobre su fallecimiento que me llevaron a escuchar sus dos discos solistas.

Las letras están lejos de ser buenas, y las melodías son muy parecidas de una canción a otra. Ni la producción ni los arreglos son brillantes. Pero los temas contienen una tristeza enorme, y lo que dicen saca a relucir un montón de miserias personales por las que todos pasamos y de las que muy pocos hablan abiertamente. El odiarse a sí mismo, el distanciarse de los seres queridos, tener todo lo que uno quiere pero aún así no poder disfrutarlo, o siquiera amarlo.

Tal vez hablamos poco y nada de esas cosas tanto por miedo a que los demás nos juzguen como por no atrevernos a ser sinceros con nosotros mismos. Si no nos admitimos el problema, sea en voz alta, en un susurro o en el papel, podemos ocultar el hecho de que el problema existe. O al menos eso creemos.

Pero claro, solo admitir el problema no soluciona las cosas. Tony Sly se terminó muriendo, probablemente deprimido y con un sentimiento de fracaso, de derrota. Su honestidad es tan admirable como terrible, pero aún así no le sirvió para mejorarse.

También es posible que recién empecemos a hablar de estas cosas cuando las vemos como algo sin salida, cuando ya no nos importa cuánto nos juzguen quienes nos escuchen, cuanta lástima nos puedan tener. Quizás por ese miedo al juicio o a la lástima de los demás tampoco decimos nada nunca.

Se dice que la música y la escritura son grandes vías de escape. Esto puede ser cierto para olvidarse por un rato de las presiones de la vida diaria, como que haya mucho tránsito o haber tenido que trabajar hasta tarde, pero no aplica a largo plazo con los vicios que venimos arrastrando desde hace años. Llegamos a un punto en el que escribir es simplemente seguir dándole voz a nuestra infelicidad, sin hacernos menos infelices en el proceso.

Hoy en día tengo 30 años. Tengo bastante más experiencia laboral que mucha gente de mi edad. Trabajo por mi cuenta y de lo que quiero. Participo de varios proyectos por los que tengo una pasión genuina. Hago prácticamente todo lo que quiero hacer. En algunas áreas hasta soy reconocido.

Lo irónico es que disfrutar de esto me cuesta muchísimo. Aprendí acerca de lo efímero que es todo tan temprano y lo tuve presente durante tanto tiempo que siempre tengo la sensación de que lo bueno va a durar nada más que un rato, que no voy a poder disfrutarlo. Creo que, si disfruto de algo, una vez que eso desaparezca me voy a sentir un idiota por haber estado alegre. Vivo pensando que no me puedo fiar de nada que crea haber hecho bien, porque en cualquier momento puede aparecer alguien a enrostrarme lo mal que lo hice. Creo que la gente que quiero se puede alejar de mí en cualquier momento por algo que hice mal, o porque me la paso pensando en todo lo que podría estar haciendo mal. Y que con la gente que yo mismo tuve que alejar de mi vida fui yo el que falló, por no haber hecho algo mejor para que las cosas funcionaran. Vivo triste, porque tengo una tendencia enorme a pensar que alegrarse no vale la pena.

No tomo estas actitudes a consciencia, son más bien reflejos. Sé que debería ser más orgulloso de lo que tengo, o sentirme más agradecido con mi suerte, pero siempre hay algo que me impide disfrutar.

Pero aún con toda la tristeza con la que convivo y que sigo intentando aprender a aceptar, creo que hablar es un paso enorme. Pero también creo el trabajo no termina ahí. Admitir en voz alta lo que nos hace sentir infelices con nosotros mismos no es suficiente. Tenemos que seguir hablando para construir algo que nos saque de ese lugar en el que nos sentimos atascados, ya sea con seres queridos, terapeutas o extraños; cada uno sabrá encontrar lo que le funcione mejor.

Si por alguna razón lo que hacemos es de alguna manera relevante para algún tipo de público, la cultura popular nos vende como mensajeros y mártires de nuestro propio sufrimiento. Nos pone en la posición de héroes trágicos a los que hay que admirar tan solo por decir cosas que sentimos todos en algún punto y por sucumbir a nuestros propios demonios. Muchas veces nuestra obra tiene relación con este sufrimiento, y se nos excusa el no tomar las riendas de nuestra vida mientras tengamos algo de valor para alguien, porque si lo hiciéramos quizás no podríamos darle al mundo lo que espera de nosotros. Por algo tantos artistas venden más muertos que vivos.

Pero claro, un Tony Sly feliz no hubiera sido Tony Sly. Ni siquiera lo hubiéramos conocido. Sin embargo, creo que yo, personalmente, sacrificaría a unos cuantos ídolos pop a cambio de algo un poco más cercano a la felicidad, tanto la mía como la de ellos.