Nota 6

Cuesta levantarse a un nuevo día cuando la noche anterior nunca termina. En la ducha el recuerdo me dispara agujas frías en la espalda, y en la niebla de la calle veo los lazos que me atan sin nunca alcanzarme.

Anoche vi a una pianista que fallaba en casi cada acorde, en cada nota. Me reí de ella y también de mí. Era un espejo. Pensé en hombres hombre que, aún domados, siguen siendo como yo. Se resignan a una infeliz conformidad, pero al menos no enderezan clavos ni ponen trampas en sus propias puertas.

No quiero ser como ellos. No quiero medir mi tiempo en días, en horas, en trabajo y en reposo. Todo eso es una jaula que minimiza lo que nos pasa. Es conveniente, pero es gris.

Entiendo que la completa identificación no existe, ya dejé de perseguir quimeras. Sé que puedo mirar a los ojos del otro, mentirle y decir que estuve ahí, que ya pasé por eso, pero no da igual. Qué le importa a él la verdad, la realidad, los diferentes hechos. Importa la identificación, importa no sentirse aislado, la sensación de que ahí hay un otro igual a mí. Una copia de un aspecto. Un encuentro parcial, en ausencia de algo total. Un consuelo a la falta de entendimiento. Pienso que es posible que sea esto lo que buscamos desde siempre, y que no hay nada de malo en seguir buscándolo.

Ya me cansé de mirar la escena desde lejos, de ser un crítico de cuadros, de tocar de oído esas pasiones que no enfrento.

Lo que siempre simulo olvidar es simple. Soy un producto de mi propio tiempo, una creación del ahora, moldeado por los quiebres y rupturas, por los encuentros y los lazos.

Lo quiero todo. Quiero entendimiento. Quiero sensaciones. Quiero salir y gritar.

Este es mi tiempo, y me maravilla estar vivo.

Ya no hay encierro.

Armando Orificio

Manager de todo

Colecciona juegos de té importados, por los cuales paga fortunas, aunque muchos sospechan que provienen de los bazares más baratos de sus países de origen. Aparenta conocer mucho acerca de vinos, pero sus amigos más íntimos declaran que les ha confesado, entre copas, que para él todos los tintos tienen el mismo gusto. Intenta liderar absolutamente todos los grupos de trabajo de la empresa, fallando de manera miserable al cambiar el rumbo de los proyectos casi a diario. Contrató gente idónea para muchos puestos de relevancia, a fin de sacarse trabajo de encima, pero terminó monitoreando al detalle también el trabajo de esas personas y no dejándolas hacer lo suyo. Creó varias empresas fantasma para vadear restricciones cambiarias e impositivas, si bien a la fecha el costo de mantenerlas es mayor a legalizar las actividades de la empresa principal. Se mantiene firme en su postura de no dejarse cagar por el gobierno de turno, y está convencido de que la Argentina es casi lo mismo que Cuba.

Primera meditación

Le pidió entonces a Altamira que lo guiara a la Unidad Básica más cercana, porque él ya no podía ver con los ojos del cuerpo, y que llamara allí a todos los habitantes de Laferrere. Cuando estuvieron reunidos mandó a Altamira a hacer empanadas para todos.

Y cuando las empanadas comenzaron a calentarse, les habló de Mario Victorino, orador de la ciudad de Roma, y de lo que escribió en su carta a Cándido, el arriano.

“¿Qué pensamos, pues, que Perón es? Aunque ciertamente pensamos que Perón es por sobre todo tanto lo que es cuanto lo que no es, sin embargo creemos que Perón es eso que es, no eso que no es. Por tanto, realiza lo que es, y lo realiza por generación inefable y realiza la existencia, el noûs, la vida: no es que sea éstas, sino que es por sobre todo. Si, por tanto, Perón no es lo que no es, sino que es por sobre lo que es, es verdaderamente ón, la potencia de lo mismo toû óntos, la cual lanzada la operación hacia la generación, engendra en un movimiento inexpresable tò ón perfecto de un modo total, el todo tò ón para la totalidad de la potencia”.

Nota 5

Cuando estaba en mis veintes escribía mejor. Confiaba más en mi talento y no me importaba tanto lo que fueran a decir los críticos destructivos de siempre. Era más honesto conmigo mismo. Hoy en día está presente el vicio de aparentar en casi todo lo que digo, como si tuviera que probarle al otro que soy algo que debería colmar sus expectativas y no lo que realmente soy, este tipo lleno de miedos y dudas. Me ponía menos excusas. Ahora el tiempo es la razón obvia para no dejarme a mí mismo hacer lo que quiero, cuando todos sabemos que quien realmente se atreve a hacer algo lo hace hasta en las condiciones más extremas. No tenía más ni mejores ideas que ahora, pero me animaba a ejecutarlas en lugar de juzgarlas de antemano. Había una pasión en el escribir que ahora me resulta difícil encontrar, pese a que no estoy mejor ni peor, ni me faltan cosas cuya ausencia compensar haciendo esto.

Quizás sea en verdad el diálogo conmigo mismo lo que me asusta. Darme cuenta de todas las cosas oscuras que tengo adentro y no quiero ver día a día plasmadas en palabras, pese a que las palabras no son las cosas. Que en realidad no disfruto de escribir, sino de simplemente decirme a mí mismo que puedo hacerlo cuando quiera, aunque no sea verdad. Escribir requiere práctica, constancia, una disciplina que no es siempre tan obvia en las vidas por demás desordenadas de muchos de los que se dedican a esto. Nunca tuve esa disciplina durante mi adolescencia mi durante mis veintes; apenas estoy intentando aprenderla en mis treintas, forzándome a escribir al menos una página por día e insertando la escritura en mi vida diaria, por más que la mayoría de las cosas que escribo sean textos bastante carentes de emoción.

Pero esa emoción, esa urgencia, esa necesidad que sentía hace años ya no la siento, y no sé si es algo que se pueda recuperar. Es posible que los años me hayan hecho más escéptico y proclive a dejar de pensar en posibilidades de salvación en donde es evidente que no existe tal cosa. Sigo considerando esa mentalidad como algo que definitivamente ayuda a vivir mejor, pero quizás no sea la mejor para la escritura. Quizás la escritura no sea el mejor lugar para las personas prácticas y racionales, sino más bien para los incansables perseguidores de causas perdidas. El problema empieza cuando se quiere ser las dos cosas.

Las paredes hablan

¿Cómo saber si estoy
Llegando a donde voy?
¿Cómo no desesperarme
Al saber que la carne
Limita el amor?

Tengo recuerdos de tardes
De juegos de hermanos.
Tengo este nombre, un silencio,
Y tal vez nada mas.

Y las paredes hablan
De que no vas a estar.

Siento la paz de hoy.
Y, me equivoque o no,
Creo que el aire ganado
A la luz del pasado
Jamás nos sirvió.

Tengo las noches en vela
y el llanto temprano.
Tengo imágenes frescas
De sombra y de azar.

Y las paredes hablan
De que no vas a estar.

No quiebres mas mi voz.
No es necesario hoy.
¿Cómo podré despedirme
Si nada me dice
que es un adiós?

Tengo heridas abiertas
Y ojos cerrados.
Tengo una taza en la mesa
Que no llenarás.

Y las paredes hablan
De que no vas a estar.

Desaparición de las palomas

El primero en notarlo fue un abogado canadiense que andaba por Dubai como turista. Había salido de comprar antialérgicos en una farmacia, y eligió volver al hotel por una calle distinta, como para conocer un poco más el barrio, cuando se encontró con unas doce o quince palomas tiradas en el piso, desparramadas a lo largo de dos cuadras. El resto de los transeúntes no parecía prestarle mayor atención al hecho, quizás enfrascados en pensamientos acerca de sus quehaceres cotidianos. El abogado, por su parte, como buen hombre de su tiempo, tomó algunas fotos con su smartphone y las subió a un par de redes sociales. Unas seis horas después, docenas de imágenes similares capturadas por otras personas en diversas partes de Dubai ya eran cargadas y comentadas por muchas personas, intrigadas por el curioso hecho, manifestando sentimientos tales como la ira, la aberración, la indignación, la alegría y la simple curiosidad.

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Nota 4

Que una silla de mierda cueste cinco mil pesos es el colmo de las forradas. Es algo donde uno apoya el culo, nada más. Si me dijeran que va a ser la silla más cómoda del mundo lo vería como algo más creíble, pero cualquier persona con experiencia (entiéndase por experiencia el extendido arte de haber usado sillas) y con dos dedos de frente se puede dar cuenta de que tal cosa no existe, de que cada silla mantiene una especie de relación distinta con el culo y la espalda de cada persona. No hay tal cosa como una silla universalmente cómoda. El problema son los forros que se dan más importancia a sí mismos de la que en realidad tienen, creyendo que son mejores que el resto por la mera acción de comprar una silla comercializada, construida y diseñada por otro conjunto de forros con los humos altos, que lo único que hicieron para justificar su precio (además de probablemente explotar empleados, claro) fue hacerle al primer grupo de forros de que su producto y su nombre son mejores y tienen más relevancia que los del carpintero del barrio que te vende un juego de cuatro sillas iguales por un octavo del valor de esta.

El marketing debería ser una herramienta orientada a que el consumidor esté satisfecho pagando algo que tenga relación con lo que finalmente obtiene. No está mal que existan cosas caras. Lo que está mal es que algunas (incluso la mayoría) de las cosas caras no aporte un beneficio concreto mayor al de un producto similar con precio más bajo. Lo que está mal es que haya hijos de puta que te hacen creer que lo que ellos venden es mejor que lo del competidor, cuando no lo es ni en pedo, y así le embarran la cancha al consumidor. Ya sé que es parte de una estrategia de mercado por completo válida, pero eso no lo hace menos garcha.