Nota 6
Cuesta levantarse a un nuevo día cuando la noche anterior nunca termina. En la ducha el recuerdo me dispara agujas frías en la espalda, y en la niebla de la calle veo los lazos que me atan sin nunca alcanzarme.
Anoche vi a una pianista que fallaba en casi cada acorde, en cada nota. Me reí de ella y también de mí. Era un espejo. Pensé en hombres hombre que, aún domados, siguen siendo como yo. Se resignan a una infeliz conformidad, pero al menos no enderezan clavos ni ponen trampas en sus propias puertas.
No quiero ser como ellos. No quiero medir mi tiempo en días, en horas, en trabajo y en reposo. Todo eso es una jaula que minimiza lo que nos pasa. Es conveniente, pero es gris.
Entiendo que la completa identificación no existe, ya dejé de perseguir quimeras. Sé que puedo mirar a los ojos del otro, mentirle y decir que estuve ahí, que ya pasé por eso, pero no da igual. Qué le importa a él la verdad, la realidad, los diferentes hechos. Importa la identificación, importa no sentirse aislado, la sensación de que ahí hay un otro igual a mí. Una copia de un aspecto. Un encuentro parcial, en ausencia de algo total. Un consuelo a la falta de entendimiento. Pienso que es posible que sea esto lo que buscamos desde siempre, y que no hay nada de malo en seguir buscándolo.
Ya me cansé de mirar la escena desde lejos, de ser un crítico de cuadros, de tocar de oído esas pasiones que no enfrento.
Lo que siempre simulo olvidar es simple. Soy un producto de mi propio tiempo, una creación del ahora, moldeado por los quiebres y rupturas, por los encuentros y los lazos.
Lo quiero todo. Quiero entendimiento. Quiero sensaciones. Quiero salir y gritar.
Este es mi tiempo, y me maravilla estar vivo.
Ya no hay encierro.