Juan Barrios
Juan era un apasionado de la lógica, disciplina que había estudiado con esmero durante gran parte de su vida. Dicha pasión se manifestaba en cada uno de sus actos, los cuales eran conducidos por un limitado pero estricto conjunto de reglas. Si Juan manifestaba que, en caso de que su mujer no encontrara aceitunas en el supermercado, él mismo se haría cargo de pasear al Bobbi (el perro familiar), y, en efecto, su cónyuge no hallaba las mencionadas olivas, con deleite Juan le ponía la correa a su mascota y lo llevaba a dar un par de vueltas a la manzana. Ante la amenaza de un día frío, siempre contaba con la opción de llevarse la campera o el saco, o incluso ambos abrigos juntos, lo cual le permitía jactarse de que nunca se había resfriado por andar desabrigado (salvo aquella vez que le robaron la campera en un café, pero lo consolaba saber que no había sido su culpa). Si prometía arreglar la puerta y la canilla, las cuales solían romperse, hacía ambas cosas, aunque más de una vez logró escapar a la obligación de reparar las dos, argumentando que sólo había dicho que arreglaría una o la otra, y se felicitaba de su inteligencia práctica para sus adentros, mientras veía un partido de fútbol. De esta manera, había conseguido algo que muy pocos hombres logran a lo largo de sus vidas: que sus acciones fueran del todo consecuentes con sus palabras.